Atracos, accidentes, tornados en cualquier rincón del planeta, inundaciones, peces con cuatro ojos y otro millón de historias más cercanas al circo que al interés general. Os hablo del show televisivo que Pedro Piqueras nos ofrece todas las noches en los informativos de Tele 5. Llevo dos semanas viendo el espacio del periodista albaceteño y, en muchas ocasiones, es puro espectáculo, un suceso continuo vía TDT.
No está en mi ánimo ponerle peros a la labor de este reconocido presentador, ya que desconozco los condicionantes ajenos a su responsabilidad que convierten los informativos en espectáculo, pero lo cierto es que el diario de noticias de Piqueras (y los de otras cadenas, pero el caso de Tele 5 es paradigmático) arrastra una tendencia irresistible a frivolizar y a hacer conexiones en directo (realmente costosas) para noticias cuyo mayor aliciente es el morbo.
Estos informativos son un ejemplo claro del proceso de espectacularización que sufren las televisiones y que está contagiando a formatos que tradicionalmente tenían en los sucesos un género menor. Entonces, ¿qué se supone que deben buscar los espacios de noticias? No vamos a pedirles que nos ilustren para convertirnos en maestros de la actualidad, pero no es de recibo que los contenidos amarillos, morbosos y 'light' hayan copado una cuota tan alta de tiempo en los telediarios. Y es que son prácticamente los únicos oasis que las televisiones privadas dedican a la información. El cotilleo y el espectáculo inundan las parrillas arrinconando formatos que pueden ofrecer algo más constructivo a la audiencia.
La televisión juega con ventaja frente al resto de medios por el atractivo indudable que le otorga la combinación de voz e imagen, y esto debe aprovecharlo para informar mejor a los ciudadanos. Muchos que no hacen el esfuerzo de leer los periódicos pero quieren estar al día, podrían tener en la caja catódica una opción de acercarse a la realidad en condiciones óptimas sin caer en el 'aburrimiento' de las letras pegadas al papel.
Lo de Piqueras es un show contagiado por el fenómeno de la espectacularización televisiva. Todo se convierte en circo y agota la paciencia del servicio público que las cadenas deben ofrecer aunque sean de titularidad privada. Lo peor de todo es que la política también ha sido inoculada con el virus del show y sus mensajes están adaptados a esa trivialidad enfermiza tan propia de la tele.
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