Durante estas vacaciones de verano, no he podido leer mucho, es lo que tiene la entrega a la familia y al hedonismo temporal. Sin embargo, sí que he sacado algún hueco literario que ha resultado muy fructífero. Leyendo al sociólogo Manuel Castells en 'Comunicación y Poder' (Alianza Editorial, 2009), he logrado entender un poco mejor qué es la política de las emociones o la neuropolítica, es decir, voy viendo la luz que esconden las emociones... voy descubriendo que corazón y cerebro están más relacionados de lo que pensaba. Y es que las emociones activan la razón, las emociones son más que emociones, condicionan, y mucho, el proceso mental por el que razonamos. Repasamos algunos extractos muy significativos pertenecientes al capítulo 'Redes de Mente y Poder' (apartado 'Emoción, cognición y política').
Página 202.
"Una corriente de investigación cada vez más influyente demuestra la integración entre cognición y emoción en la toma de decisiones políticas. La cognición política está modelada por las emociones. No hay oposición entre cognición y emoción (...)".
La teoría de la inteligencia afectiva respalda que "la atracción emocional y las elecciones racionales son mecanismos complementarios cuya interacción y peso relativo en el proceso de toma de decisiones dependen del contexto. Efectivamente, la incapacidad emocional desactiva la capacidad para hacer juicios cognitivos adecuados".
Página 203.
"Resulta interesante que las emociones fuertes disparen los mecanismos de alerta que aumentan la importancia de la evaluación racional de la decisión. La emoción subraya el papel de la cognición al tiempo que influye en el proceso cognitivo.
Según la teoría de la inteligencia afectiva, las emociones más importantes para el comportamiento político son el entusiasmo (y su opuesto, la depresión) y el miedo (y su contrario, la calma)".
En la página 213, Castells cita una idea contundente de Drew Westen ('The Political Brain, The Role of Emotion in Deciding the Fate of the Nation', 2007): "Los datos de la ciencia política son evidentes: la gente vota al candidato que le provoca los sentimientos adecuados, no al que presenta mejores argumentos".
¿Quiere decir todo esto que los políticos deben abandonar las ideas y los argumentos para apelar solo a las emociones? Evidentemente, no. Su poder de persuasión y el cumplimiento con su deber democrático de no tomar el pelo a los ciudadanos, han de llevar a una comunicación política cívica, es decir, una comunicación que haga ganar votos sin perder el respeto a los electores.
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