María Romero |
La revista digital Más Poder Local, que edita la Fundación Ortega-Marañón, me ha dado la oportunidad de plantear una reflexión sobre la Comunicación Política Cívica (CPC), uno de los ejes de pensamiento de mi área de investigación. He acuñado la CPC porque es la matriz de la cual deben beber las políticas de comunicación de los gobiernos, instituciones y partidos políticos.
El siguiente texto salió publicado hace unos días en la revista que dirige el catedrático de Ciencia Política Ismael Crespo. Mi tesis doctoral, que versa sobre la CPC, la tenéis AQUÍ.
"Los dedos podrían acariciar las teclas del ordenador a la velocidad de la luz y triturar en menos de un minuto y en un solo párrafo la credibilidad de los políticos, pero, si hiciese esto, no respetaría el espíritu que pretende transmitir el título de este artículo.
Vivimos en democracia, y eso ya es un logro que debe tranquilizar la vehemencia del sentido crítico. Gozamos de un sistema de derechos y libertades que nos permite respirar aire puro, cámaras de representación que reflejan la voz de los ciudadanos y un Estado social de derecho que nos ampara. Por tanto, no hay motivos para caer en el catastrofismo a la hora de diseccionar la labor de nuestros políticos.
Ahora bien, no podemos conformarnos con un análisis miope de la realidad y pensar que todo está en su sitio y que los partidos y gobiernos cumplen a la perfección con las obligaciones que tienen encomendadas. Desde el punto de vista de la comunicación, ambos actores tienen mucho que mejorar.
Los siguientes, son algunos de los errores más comunes de los políticos en su labor comunicativa:
- Puede parecer una apreciación ingenua, pero es lamentable que en España salga tan barato mentir. Es un mal que afecta a todos los partidos y que ante la permisividad de los ciudadanos y de los medios de comunicación, hemos caído en la amnistía sistemática de la mentira.
- El uso generalizado del formato publicitario en el lenguaje político. El razonamiento, la argumentación y la autocrítica han dado paso a la falacia, al autobombo y al eslogan hueco.
- La comunicación ha caído en las fauces del espectáculo mediático. El político de turno piensa constantemente en la frase ingeniosa que tiene que soltar ante los micrófonos para lograr un titular periodístico atractivo.
- El lenguaje de guerrilla no se circunscribe a los tiempos electorales. Día tras día, los partidos políticos emplean un vocabulario agresivo contra el adversario.
- La comunicación excluye uno de los vértices del triángulo que conforman partidos políticos, medios y ciudadanos. Comunicar implica la existencia de feedback, no debe quedarse en una mera difusión de mensajes o en un absurdo juego de contrarréplicas entre unos y otros. La prensa ha de dar voz al pueblo.
- La comunicación política no puede tener como único fin la persuasión.
- Es absurdo vivir en una eterna campaña electoral. Las campañas permanentes son agotadoras para el ciudadano.
- El uso de las redes sociales deja mucho que desear. Son muy numerosos los casos de candidatos que entran en Facebook y Twitter antes de las elecciones y tras mantener una intensa actividad en las redes durante la campaña, las abandonan sin más.
- El acercamiento de los políticos a las redes debe ser más sincero y transparente.
Cuando estos factores coinciden, el ciudadano se siente engañado por los políticos y marginado por el tándem partidos-medios de comunicación. Existe una desafección inquietante de la ciudadanía hacía la política, y no solo porque sea incapaz de dar solución a sus preocupaciones y problemas, sino porque no percibe honestidad en los mensajes.
Movimientos como el 15M son un reflejo perfecto del distanciamiento de los ciudadanos de la clase política. Ya no se sienten como una parte activa e importante de la sociedad, sino como meros votantes a los que se tiene en cuenta cuando hay que ir a las urnas. Por las venas de nuestros pueblos y ciudades circula mucha desazón, pesimismo y frustración, y es que, hemos pasado de ser ciudadanos a simples consumidores de los productos del marketing político. La democracia, por tanto, está enferma y pide a gritos un antídoto.
Aún estamos a tiempo de dar a la ciudadanía esperanza y motivos para creer en aquellos que los gobiernan. Una sociedad con políticos que comuniquen desde la transparencia y la cercanía gozarán de una mayor comprensión y respeto ante las dificultades que impiden dar respuestas satisfactorias a asignaturas pendientes de tanto peso como el paro, la crisis financiera o la lentitud de la justicia.
En estas líneas, propongo que, entre todos, trabajemos por una Comunicación Política Cívica. Una comunicación más humana, clara y ajena a la mentira. Está basada en una relación con los medios de comunicación que no ningunea a los ciudadanos y que da a estos la oportunidad de hablar más allá de lo que dicen los líderes de opinión. Este tipo de comunicación es la que corresponde a una cultura política cívica. Es inadmisible que hayamos convertido nuestra sociedad en una masa amorfa de consumidores y no en una legión de demócratas practicantes. La democracia no ha llegado en modo alguno a su meta, que siga floreciendo, depende solo de nosotros.
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