El País parece decidido a cobrar por sus contenidos digitales, una postura que, sin duda, apruebo. Y es que, o los periodistas nos ponemos en nuestro sitio, o vamos a trabajar gratis en la Red toda la vida. Esto no es ataque a nuestros queridos lectores, es, sencillamente, una medida desesperada para no irnos todos a la calle. Como dice la nueva directora de Le Monde, Natalie Nougayrède, la información de calidad no puede ser gratis. Ya existen experiencias de cobro que parecen dar buenos resultados, es el caso de The New York Times. El mundo del periodismo está sufriendo una revolución salvaje a vida o muerte por la crisis y por el gratis total que permite Internet. Ante este panorama, empresarios y trabajadores tenemos mucho en qué pensar por el bien de todos. Aquí tenéis un reciente editorial de El País sobre este mismo tema.
La prensa rigurosa ha ejercido hasta ahora su
importante rol en las sociedades democráticas gracias a un modelo industrial
que combinaba dos fuentes de ingresos: la publicidad y el pago de los lectores.
Este modelo permitió durante años la solvencia económica necesaria para
garantizar la independencia de los medios, abordar las crecientes exigencias
informativas de una sociedad cada vez más compleja y ofrecer un producto que
mereció, en general, la confianza de la ciudadanía. Ese modelo está ahora en crisis por la caída de la publicidad, cuyos
ingresos se han reducido a la mitad desde 2008, y por el retroceso de las
ventas en quiosco a causa de la recesión económica y por la emergencia de las
nuevas tecnologías que permiten el acceso gratuito a los contenidos.
Las nuevas
herramientas digitales han dado a los diarios las mayores audiencias de la
historia y, sin embargo, no garantizan los ingresos suficientes porque el acceso es gratuito. La
mayoría de los medios, tanto en España como en el resto de países avanzados,
han aplicado dolorosos ajustes de plantilla y severos planes de contención de
gastos, pero el declive persistente de los ingresos amenaza su continuidad a
corto y medio plazo. Ante esta coyuntura, cientos de diarios, incluidos algunos
de referencia, como The New York
Times, han comenzado a aplicar
fórmulas de pago para poder cobrar los contenidos de la edición digital. La
mayoría de ellos se ha inclinado por un modelo que permite acceder de forma
gratuita a los lectores ocasionales, pero exige el pago de módicas cantidades a
partir de un determinado número de artículos.
El cambio puede chocar con los hábitos que ha
introducido la cultura de la gratuidad que se ha consolidado en la Red. El
acceso fácil y sin coste a ingentes cantidades de contenidos puede dar a los
ciudadanos la impresión de que la información no tiene coste. E incluso que
tiene poco valor. Pero no es así. Muy al contrario. Sin información de calidad, la democracia se resiente. Los ciudadanos han de saber que la
información independiente y fiable es hoy más cara que nunca, porque exige
profesionales con un elevado nivel de conocimientos, un trabajo de verificación
en ocasiones complicado y unos soportes técnicos también muy costosos. No hay información sin coste, y menos,
información de calidad. La contribución de los lectores ha sido un factor
esencial para la independencia de los medios respecto del poder y de los
anunciantes. Y eso también es aplicable a la Red.
No hay comentarios:
Publicar un comentario