La terraza era muy coqueta, estaba rodeada de flores y de árboles. La estampa parecía sacada de un libro de sueños. Todo era ideal. Es la terraza de una de las bodegas más emblemáticas de Málaga. 'El pimpi' tiene eso, cautiva, como tantos otros rincones de Málaga. La historia que os quiero contar arranca aquí.
Es domingo, 11 de abril, y mi hijo no me deja tomarme el café tranquilo. Me coge de la mano y echa a andar. Él no sabe qué se encontrará en el camino, pero supongo que se siente seguro sabiendo que voy a su lado. Avanza y deja atrás el Teatro Romano, llega a los pies de la Alcazaba y, justo enfrente, se levanta como un coloso el Palacio de la Aduana. La tarde promete, el cielo está radiante, el ambiente de ciudad viva y alegre me revitaliza. El pequeño (tiene 29 meses) ve un grupo de palomas picoteando en el suelo trocitos de pan y, sin pensárselo dos veces, intenta sorprenderlas, lo hace una y otra vez... su energía no tiene fin. Se ríe, salta y no para de decir: "¡hola, palomas! ¡hola, palomas! ¡mira, papá, palomas!" Aunque no pueden comer tranquilas, parece que se lo pasan bien. El pequeño corre tras ellas, pero no consigue cogerlas y le pregunto: "¿qué quieres hacer, volar a su lado?". No me contesta, sólo dice, "¡papá, mira!".
Estaba entusiasmado, aquel día descubrió que unos seres muy simpáticos tienen la capacidad de volar. Se trata de algo inexplicable para él, es un sueño que le maravilla. Son seres de un mundo mágico. Mientras tanto, decenas de personas pasaron por allí. La mayoría esbozaba una sonrisa. "¡Qué inocente, jamás cogerá las palomas!". Es posible, pero es su sueño y disfrutó con él. Persiguió lo inalcanzable sin descanso a pesar de las risas (sanas) de su público. Para que no cayase extenuado, lo cogí en brazos y seguimos andando. Poco después, empezó a sonar música africana. En la Alameda había fiesta. Lo dejé en el suelo y seguimos hasta que nos tropezamos con la Casona del Parque (sede del Ayuntamiento de Málaga). Él bailaba pero... al ver aquel inmenso edificio me soltó: "¡Papá, mira, un castillo!".
Para los niños, mucho de lo que nos rodea está lleno de fantasía, su imaginación no tiene límites, no se cansan de soñar y piensan que el mundo puede ser mejor de lo que realmente es. Lo miré y pensé: "Pequeño, sueña, sueña y no temas a lo que digan los demás, persigue cuantas palomas quieras... que en ese castillo imaginario olvidan soñar con demasiada frecuencia... muchos ya no persiguen palomas".
Es domingo, 11 de abril, y mi hijo no me deja tomarme el café tranquilo. Me coge de la mano y echa a andar. Él no sabe qué se encontrará en el camino, pero supongo que se siente seguro sabiendo que voy a su lado. Avanza y deja atrás el Teatro Romano, llega a los pies de la Alcazaba y, justo enfrente, se levanta como un coloso el Palacio de la Aduana. La tarde promete, el cielo está radiante, el ambiente de ciudad viva y alegre me revitaliza. El pequeño (tiene 29 meses) ve un grupo de palomas picoteando en el suelo trocitos de pan y, sin pensárselo dos veces, intenta sorprenderlas, lo hace una y otra vez... su energía no tiene fin. Se ríe, salta y no para de decir: "¡hola, palomas! ¡hola, palomas! ¡mira, papá, palomas!" Aunque no pueden comer tranquilas, parece que se lo pasan bien. El pequeño corre tras ellas, pero no consigue cogerlas y le pregunto: "¿qué quieres hacer, volar a su lado?". No me contesta, sólo dice, "¡papá, mira!".
Estaba entusiasmado, aquel día descubrió que unos seres muy simpáticos tienen la capacidad de volar. Se trata de algo inexplicable para él, es un sueño que le maravilla. Son seres de un mundo mágico. Mientras tanto, decenas de personas pasaron por allí. La mayoría esbozaba una sonrisa. "¡Qué inocente, jamás cogerá las palomas!". Es posible, pero es su sueño y disfrutó con él. Persiguió lo inalcanzable sin descanso a pesar de las risas (sanas) de su público. Para que no cayase extenuado, lo cogí en brazos y seguimos andando. Poco después, empezó a sonar música africana. En la Alameda había fiesta. Lo dejé en el suelo y seguimos hasta que nos tropezamos con la Casona del Parque (sede del Ayuntamiento de Málaga). Él bailaba pero... al ver aquel inmenso edificio me soltó: "¡Papá, mira, un castillo!".
Para los niños, mucho de lo que nos rodea está lleno de fantasía, su imaginación no tiene límites, no se cansan de soñar y piensan que el mundo puede ser mejor de lo que realmente es. Lo miré y pensé: "Pequeño, sueña, sueña y no temas a lo que digan los demás, persigue cuantas palomas quieras... que en ese castillo imaginario olvidan soñar con demasiada frecuencia... muchos ya no persiguen palomas".
Muy bueno juandi. Esta clase política hace que perdamos la fe en ellos, pero siempre nos quedará Rajoy, jejejeje. David
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