lunes, 10 de mayo de 2010

Argumentarios envenenados




"Todos los políticos dicen lo mismo, todos son iguales". "Este discurso me aburre y, además, no me lo creo". "Nunca hacen autocrítica". ¿Has dicho alguna vez esto o algo parecido? Sí, ¿verdad? Cuando vemos la tele, escuchamos la radio o leemos los periódicos un día tras otro, nos damos cuenta de que cada líder político maneja un discurso. Desde el militante de base hasta el comandante en jefe del mismo partido recitan ante los medios de comunicación las mismas rimas. Este ejercicio de imitación lo practican todas las formaciones, al menos, las que tienen voz en la Prensa.

¿Por qué ocurre esto? ¿Por qué todos los cargos del PP dicen lo mismo sobre los mismos temas? ¿Por qué se da el mismo caso en el PSOE, PNV o CIU? No hay que investigar mucho para percatarse de que una de las prioridades de los partidos políticos es mantener la unidad del discurso (que se materializa en los llamados argumentarios). Nunca es agradable que el responsable de Organización diga una cosa y el presidente o el secretario general la contraria. No sería serio que esto pasase en público constantemente. Cuando se da esta descoordinación, el adversario aprovecha y muerde el error y no lo suelta hasta que no es enterrado por la fugaz actualidad de los medios.

No es negativo (ni para los políticos ni para los ciudadanos) que los partidos trabajen por mantener unas líneas básicas comunes para los discursos. El ciudadano no vería satisfecha su necesidad de orientación en la compleja realidad que le rodea si no supiese qué piensan sus representantes sobre los temas de interés público. El problema aparece cuando los políticos no tienen espacio alguno para la reflexión propia o para introducir matices en los encorsetados argumentarios. La cosa empeora, y mucho, cuando estos argumentarios sólo buscan la destrucción del adversario e inoculan en el discurso mentiras, insultos y falacias (argumentos falsos). Estoy a favor de los argumentarios, pero los partidos deben diseñarlos para aclarar la realidad y acercar al ciudadano un mensaje serio. Lo que no pueden hacer es, bajo la excusa barata de simplificar el mensaje, reducir el discurso político a frases publicitarias que engañan al electorado.

Los argumentarios son un apoyo importante para los políticos, pero quedan muy mal cuando todos los cargos de un partido repiten la misma cantinela una y otra vez. Desde un punto de vista electoral también conviene a los partidos introducir cambios que flexibilicen la forma que tienen sus representantes de dirigirse a la sociedad. Los hay que no transmiten credibilidad cuando hablan porque se les nota demasiado que tienen aprendida la rima de memoria. Suena falso, hueco e insustancial. Así, pierden votos.

Los argumentarios son el hijo pequeño de la disciplina de partido que impera en casi todas las formaciones, tanto en el ámbito interno como en la esfera pública. Es inadmisible que esté tan castigado dar una opinión distinta a la del partido. Se supone que deben ser organizaciones plenamente democratizadas pero, muchas veces, no es así. Tanto argumentario impuesto y tanto silencio disciplinado no son buenos, ni para el ciudadano ni para los propios partidos (la discrepancia moderada no perjudica necesariamente en las urnas). No siempre se puede pensar en clave electoral y es que, el interés general, es lo que debería primar. Sé que esto es una utopía en los tiempos que corren pero bueno... hay que soñar en algo. Necesitamos, ya, una Comunicación Política Cívica (CPC). Un estilo de comunicación más cercano y eficaz.

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