viernes, 25 de junio de 2010

Entrevista con Nacho Rivas, profesor de la Facultad de Ciencias de la Educación de la UMA


"Me gustaría que

mis alumnos

desarrollaran una visión

crítica de la realidad"


Amigos, hoy entrevisto al profesor del Departamento de Didáctica y Organización Escolar de la Facultad de Ciencias de la Educación de la UMA Nacho Rivas. Abordamos un tema especialmente interesante, nos acercamos a la relación que existe entre la enseñanza y la comunicación. Si queréis conocer más sobre el trabajo de investigación que desarrollan los profesionales de esta facultad os ofrezco dos enlaces de interés: www.hum619.uma.es y webdeptos.uma.es/doe/. Para los blogueros es magnífico que personas como Nacho colaboren con nosotros, nos dan la oportunidad de aprender y de dar un uso extraordinario a Internet.


Pregunta: ¿Qué enseñas a tus alumnos?

Respuesta: No es fácil contestar a esta pregunta, porque lo que me preocupa no es tanto qué les enseño como qué pueden aprender. La enseñanza siempre implica una relación jerarquizada: alguien que sabe – alguien que no sabe. Pero el aprendizaje y el conocimiento no se mueven con esa lógica, sino la de compartir experiencias que permitan generar condiciones para avanzar, para crecer y para construir. Si la pregunta la transformo en qué me gustaría que aprendieran mis alumnos y alumnas, la cuestión es diferente. Claramente, me gustaría que desarrollaran una visión crítica de la realidad, capacidad para trabajar cooperativamente y que desarrollen valores como la justicia, la libertad y la solidaridad. Para ellos procuro que las actividades de enseñanza que llevo a cabo pongan en práctica estos principios, ya que es la única forma de que puedan adquirirlos.


P.: Algunos expertos aseguran que los problemas que tenemos los españoles para comunicar bien están relacionados con la educación que recibimos en el colegio, el instituto y la universidad, ¿estás de acuerdo?

R.: En parte sí y en parte no. Somos partícipes todos de una cultura propia, y las prácticas escolares son parte también de esta cultura. Por tanto, la escuela no lleva a cabo prácticas muy diferentes a las que tienen lugar en la sociedad en la que se ubica. Esto quiere decir que la responsabilidad es colectiva, de forma que si cada institución pone en juego prácticas y actitudes distintas la situación puede cambiar. La escuela, en este sentido, tiene su propia responsabilidad, ya que tiene a su cargo de forma intencional la formación, la socialización y la educación. Por tanto sus prácticas son más significativas. Pero la escuela no puede ser la receptora de todas las culpas. El proyecto social es más colectivo. En la medida en que la escuela forme parte de dinámicas de cambio social, entre ellas las que tienen que ver con la comunicación, estará en condiciones de participar de este cambio.


P.: ¿Qué podemos hacer para que las clases sean más participativas y exista un auténtico proceso de comunicación?

R.: Creerse (docentes, familia y sociedad) que el conocimiento se construye desde la comunicación y la participación y que no es un conjunto de verdades establecidas. El mal principal de la escuela (al menos uno de los principales) es esta visión del conocimiento jerarquizada y estática, compuesta de verdades universales transmitidas a través de los libros de texto y los curricula escolares. Desde esta perspectiva nunca podrán ser participativas las clases. Pensando que el conocimiento es una construcción social, que solamente tiene lugar por medio de la experiencia significativa y participativa, la situación cambia sustancialmente.


P.: ¿Cómo son tus clases? ¿Incentivas el feedback profesor-alumnos?

R.: Parten de la experiencia del alumnado en su historia personal, social y escolar. La reconstrucción crítica de esta experiencia en un proceso colaborativo y en diálogo con los marcos conceptuales es lo que va construyendo el contenido de las clases. Por tanto, el trabajo cooperativo, el debate, la crítica, la búsqueda y la reflexión, son los ejes que articulan el trabajo de todo el grupo.


P.: ¿Qué opinas de la calidad del sistema educativo?

R.: Es una manifestación de la “calidad” de la práctica cultural de la sociedad. Incluso podría decir que es la manifestación de la “calidad” de la política cultural del país. La cual, deja mucho que desear. Una sociedad como la nuestra, preocupada más por el control, por el éxito a costa de lo que sea, la eficiencia entendida como productos, etc. no deja mucho lugar para la calidad entendida como construcción de la comprensión crítica de la realidad social, física y emocional. La política educativa está más preocupada por regular el trabajo de los docentes que por permitir un desarrollo autónomo y público del trabajo escolar. Desde estas premisas la calidad siempre estará mermada. Falta confianza en los docentes, en las familias y en las posibilidades del entorno social.


P.: Muchas reuniones familiares y de amigos se convierten en debates ‘encarnizados’ en los que nadie escucha a nadie, ¿has vivido alguna de estas situaciones de ‘incomunicación’?

R.: Frecuentemente. Estamos educados en una idea de verdad absoluta que hay que defender a costa de lo que sea. Nos falta humildad para entender que la realidad es más compleja que nuestra visión particular y respeto para aceptar la pluralidad y la diferencia como característica del ser humano.


P.: ¿Confundimos hablar mucho con comunicar bien?

R.: A menudo. Y los docentes somos muy dados a ello.


P.: ¿Tienes algún truco para comunicar eficazmente en tus intervenciones públicas?

R.: Identificarme con el público que tengo enfrente y sobre aquello que les preocupa. Puede haber estrategias eficaces, propias de cierto tipo de oradores (o charlatanes), pero creo que la clave es cognitiva, no estratégica. Esto es, poder entrar en el mundo de significados de la gente que te escucha y conectar con las cosas que les preocupan.


P.: ¿A quién consideras un gran orador?

R.: Actualmente resulta difícil contestar a esta pregunta. Vivimos un momento de fuerte mediocridad y no me veo capaz de destacar a alguien que realmente comunique algo. Sí hay gente capaz de atrapar al público, pero pocos que les digan algo relevante.

viernes, 18 de junio de 2010

¡Llama la atención!





Llevo muchas semanas sin hablaros de mi amigo José Rojo, pero no os preocupéis... no le ha pasado nada, está como siempre, muy liado con su día a día de padre, trabajador social y activo voluntario medioambiental. Esta semana nos hemos visto en mi casa para echar un rato. Le consulté algunos temas de burocracia, hablamos del mundial, de algunos planes para el fin de semana y de una charla que tiene que ofrecer a un grupo de profesionales de su gremio dentro de quince días.

Me planteaba que tenía muy claro el mensaje que quería transmitir a sus colegas y que se sentía con fuerzas para no mostrarse nervioso, pero era consciente de que esto no es suficiente para salir con éxito de una intervención pública. Su gran obsesión era no aburrir y llamar la atención. José no tiene mucha experiencia como orador pero sí ha asistido a innumerables congresos, charlas y conferencias y sabe muy bien que pocas cosas hay más aburridas que este tipo de citas. Él no quiere entrar en la lista de los conferenciantes plastas. Me sugirió que le diese algunas ideas y le propuse las siguientes, que comparto con vosotros:

- Elige un título sugerente para la charla. No es lo mismo presentar tu intervención bajo el título "España ante la crisis" que "Diez claves para salir de la crisis". No se trata de mentir en el título y crear una falsa expectativa, sino de echarle un poco de creatividad para que enganchemos al auditorio en cuanto lea el título.

- Transmite entusiasmo. No te presentes ante el público con los brazos caídos y medio dormido, debes tener las pilas a tope y reflejar que estás encantado de compartir tu tiempo con el público, debes transmitir que te entusiasma el tema del que vas a hablar.

- Contacto visual. Tus ojos son tus grandes aliados, son como un imán que atrae al público. La mirada hace partícipe al auditorio de lo que está pasando y es el mejor medidor del grado de entendimiento y aceptación de tu mensaje, es decir, si miras a la gente comprobarás si se aburre o no y si comparte o desprecia lo que dices.

- Lenguaje cercano. Por favor, adapta tu lenguaje al nivel del público. No es lo mismo hablar para un auditorio especializado que para uno heterogéneo. Por cierto, pocas cosas hay tan patéticas como sacar del diccionario palabras que nadie entiende para quedar como erudito. La pedantería no lleva a ningún sitio.

- Recurre al humor y a las historias. Arrancar una sonrisa es muy importante (si es que el tema de la charla se presta a ello) y las historias y anécdotas enganchan mucho (hacen más entretenido el discurso, facilitan el recuerdo del mensaje y permiten estrechar lazos con el público si están relacionadas con él).

- Haz pausas antes de lanzar una idea importante. Estos pequeños silencios atraen la atención y forman parte del discurso. Las pausas deben ser silenciosas y durante las mismas hay que mirar al auditorio (no han de usarse para repasar los papeles).

- Lanza preguntas al público. Con esta herramienta, no sólo se llama la atención, también se fomenta la participación y es un buen truco para relajarte (mientras otros hablan, tú descansas y piensas cómo seguirás la intervención).

- Cambia el tono de tu voz. No mantengas un tono monótono (eso aburre), súbelo y bájalo.

- Mézclate con el público. Si la sala y las circunstancias lo permiten, abandona la mesa y el atril y acércate a la gente.

- Muestra cosas: documentos audiovisuales, objetos, maquetas, etc.

- Y, sobre todo, sonríe. Recibirás lo que des.

Hacer todo esto no es fácil, pero no imposible, y os aseguro que funciona. ¿Te atreves? Ponlo en práctica y me cuentas qué tal te ha ido. Espero que a mi amigo José Rojo le vaya muy bien.






domingo, 13 de junio de 2010

Palabras vacías




El sábado estuve en el concierto que Alejandro Sanz ofreció en Málaga. Aunque es un gran artista, no está en mi lista de favoritos, asistí para acompañar a mi mujer que, desde hace muchos años, canta sus canciones y compra sus discos. Una de las lecciones que me ha enseñado la vida, hasta el momento, es que de todo se aprende algo, y aproveché el espectáculo (que fue muy bueno, hay que admitirlo) como fuente de inspiración para un nuevo artículo. Afortunadamente, Alejandro Sanz me regaló un par de temas: su lección para conquistar al público con las emociones y todo lo que rodea al espectáculo, y el uso que damos a algunas palabras. Hoy, os hablaré de esto último.


Sus letras, sin duda, están cargadas de poesía y tienen una musicalidad extraordinaria, pero pensando en clave comunicativa me llevaron a pensar, mientras miles de voces las cantaban al mismo tiempo, la facilidad con la que empleamos palabras y expresiones como: amistad, amor, te quiero, me muero sin ti, etc. En el contexto en el que nos movemos (las letras de una canción), es normal que aparezcan constantemente y que no nos planteemos si existe correspondencia entre lo que se canta y lo que luego pasa en la realidad (el amor está lleno de obstáculos, la amistad no es tan pura como la pintan y casi nadie se moriría si uno faltase).

Esto mismo ocurre con otras palabras y expresiones en la parcela que a nosotros nos interesa en este blog. En el ámbito de la comunicación política, hemos machacado el lenguaje. Si los artistas hablan hasta la saciedad en sus letras del amor, los políticos emplean una y otra vez términos y frases tipo eslogan hasta vaciarlos por completo de contenido. Un buen ejemplo es el calificativo "sostenible", que está presente desde hace un tiempo en el discurso político hasta un punto que roza lo insoportable. Ahora, todo es sostenible. Los proyectos, las normas, las leyes, el urbanismo, el desarrollo, etc. Todo, absolutamente todo, es sostenible. Es la palabra de moda con la que nos quieren decir que apuestan por un progreso que respeta el medio ambiente y garantiza el futuro de las generaciones futuras. Se emplea con tanta frecuencia esta palabra y de modo tan injustificado en tantas ocasiones, que se ha convertido en un calificativo gastado y sin credibilidad ninguna. Lo mismo ocurre con términos como solidaridad, igualdad, honradez, unidad, esfuerzo, diálogo, consenso, etc.

El problema no está en emplear estas palabras, sino en usarlas sin respetar su significado. Cuando, sin ser cierto, un partido dice que sus "políticas luchan por la igualdad entre hombres y mujeres", "que defienden la unidad de España", "que buscan el consenso de todos", "que apuestan por el diálogo", "que miran por la solidaridad entre comunidades", "que son el espejo de la honradez", está restando credibilidad al diccionario y ensuciando la imagen de la política.

Los partidos buscan palabras que reflejen sus valores y se apoderan de ellas para convertir la lucha política en una lucha de lenguajes (derecha e izquierda tienen un lenguaje propio). Cada partido defiende unos valores y cada uno tiene sus propios sustantivos, calificativos y expresiones que los definen. Cuando se abusa de esta fórmula persuasiva se cae en un error, sobre todo, si lo que decimos no se corresponde con la realidad. Es decir, nadie se cree que el partido X es el partido de la solidaridad, del esfuerzo o de la unidad de España, si no lo demuestra con hechos. Las palabras, pues, quedan en papel mojado e inutilizables.

En nuestra vida diaria, ocurre algo parecido, como en las canciones y en los discursos políticos. ¿Cuántas veces hemos dicho que amamos sin amar de verdad? ¿Cuánta amistad hemos dicho dar sin ser cierto? ¿Cuánta solidaridad se vende sin pasar de puro apoyo interesado? ¿Cuánta sostenibilidad real hay en los proyectos que defienden los gobiernos y partidos? Amigos, no podemos vaciar de contenido las palabras. Si lo hacemos, dejarán de ser palabras para convertirse en ruido. La Comunicación Política Cívica defiende otro modelo, que pasa por llamar a las cosas por su nombre y no encorsetar los discursos en un vocabulario tan rígido. La persuasión tiene otros caminos.



sábado, 5 de junio de 2010

El poder de las emociones




"Y no estaría aquí esta noche sin el respaldo infatigable de mi mejor amiga durante los últimos dieciséis años, la piedra angular de nuestra familia, el amor de mi vida, la próxima dama de la nación (...)". Estas palabras fueron pronunciadas por Obama el 5 de noviembre de 2008 en el Grant Park de Chicago ante 100.000 personas tras su disputada victoria electoral. Dos meses después, el 20 de enero de 2009, en su discurso de toma de posesión dijo frases como éstas:
"Todos somos iguales, todos somos libres, y todos merecemos una oportunidad de buscar toda la felicidad que nos sea posible". "A los habitantes de los países pobres: nos comprometemos a trabajar a vuestro lado para conseguir que vuestras granjas florezcan y que fluyan aguas potables; para dar de comer a los cuerpos desnutridos y saciar las mentes sedientas". Mucho se ha dicho y escrito ya de Obama, pero hoy me he acordado de estos discursos tras leer un par de noticias sobre la presentación de un postgrado de comunicación política y campañas electorales. En el acto se ha hablado de la necesidad de enseñar a nuestros políticos los entresijos del discurso emocional, algo en lo que Obama es un maestro de maestros, a pesar de las horas bajas que vive.

¿Qué camino nos muestra la política de las emociones? Otra forma de llegar a los ciudadanos sin traicionar los principios de la Comunicación Política Cívica. Nos encontramos ante una herramienta que toca otras teclas de nuestro cerebro, mueve el mecanismo de las emociones. Y es que no sólo podemos comunicar (y persuadir) con razones y argumentos, también tenemos la posibilidad de conquistar al público por la vía emocional. Esto no es nuevo, ya está inventado. Por ejemplo, ¿qué activa en nosotros una canción o una película que nos gusta? Activa las emociones, que son más poderosas que las razones. Ésta es, precisamente, la fórmula de la publicidad, y se puede aplicar a la comunicación política, pero no con la intención de engañar a nadie, sino con la legítima pretensión de atraer la atención del ciudadano.

Mi propuesta no es, ni mucho menos, que los políticos españoles copien el modelo Obama, hay que tener en cuenta las importantes diferencias culturales entre los dos países. Lo que en EE UU resulta brillante aquí puede quedar cursi o fuera de lugar (recordad, por ejemplo, la historia de la niña de Rajoy en uno de los debates con Zapatero durante la última campaña electoral; al candidato popular no le funcionó aquel recurso emocional, habló sin sentir y se le notó nervioso, quedó falso). La idea es que el discurso político no sea tan plano y crispado como el actual, debe incorporar historias, un relato con emociones que ilusionen y transmitan un mensaje con valores que digan algo. Hoy en día se abusa de un tipo de discurso emocional muy barato (aunque no siempre es así), y es el que constantemente apela al miedo: miedo a que Zapatero siga de presidente y miedo a que Rajoy pueda llegar a serlo. Hay muy poca originalidad y esfuerzo detrás de ese discurso monoemocional.

Desde lo que llamo Comunicación Política Cívica podemos construir discursos más atractivos que enganchen a los ciudadanos por medio de las emociones. Esto no quiere decir que transformemos las intervenciones en puros anuncios de televisión, literatura romántica de kiosco o propaganda de optimistas sin freno. Lo fundamental es ofrecer razones mezcladas con emociones, con historias que transmitan valores y una visión concreta y clara de la realidad y de los problemas que debemos afrontar.