martes, 27 de abril de 2010

¡Vamos, lánzate al vacío!




"El corazón me late a mil pulsaciones por minuto, bombea adrenalina a toda pastilla y creo que va a partir mi pecho en dos... ¿Qué hago aquí, con lo tranquilo que podría estar en casa! Tranquilo... tranquilo... ya verás como todo sale bien al final... pero... ¿si no puedo pronunciar ni media palabra! Tengo la boca seca como un desierto, me tiembla hasta el pantalón y mis ojos están abiertos como platos. ¿Y las manos! Me sudan muchísimo, lo bastante como para empapar un par de pañuelos. No sé qué mirar ni qué hacer con mi cuerpo... ¡Qué mal rato estoy pasando! Bueno... éste ya ha terminado su intervención y ahora me toca a mí, voy al matadero".

Esta conversación la tuve conmigo mismo la primera vez que hablé ante un público numeroso, a muchos les ha pasado igual. Todos somos humanos y vulnerables. Cuando nos enfrentamos a este tipo de situaciones, los nervios e, incluso, el miedo, nos corre por las venas. Si tenéis que hablar en público y sentís que no sois dueños del reto que afrontáis, os doy algunos consejos muy útiles
en este artículo.

Arranco con
una magnífica frase célebre de Séneca: "No nos atrevemos a muchas cosas porque son difíciles, pero son difíciles porque no nos atrevemos a hacerlas". El filósofo romano, tutor y consejero del emperador Nerón, sentó cátedra hace ya una eternidad. En un tono menos solemne y más humilde, os brindo otras ideas para que el miedo y los nervios pasen a un segundo plano en vuestras intervenciones públicas:

- El miedo es algo natural, nos afecta a todos. No te sientas inferior o incapaz por sentirlo.

- Una tensión ligera es positiva, ya que te mantiene más atento y estimula la preparación concienzuda de la intervención.

- Tanto el miedo como los nervios se notan menos de lo que realmente pensamos.

- No admitas nunca públicamente que sientes miedo: sólo darás pena y perderás credibilidad. Si quieres transmitir cercanía o darle un toque 'humano' a la intervención, hazlo por otros medios (cuenta historias o anécdotas, por ejemplo).

- Sonríe: recibirás del público lo que des.

- Si te quedas en blanco, sigue, no lo confieses si no es imprescindible. Si te pierdes, ten en cuenta que los demás no tienen tu discurso, por lo tanto, podrás continuar la intervención por otro punto.

- Es fundamental que prepares una buena introducción. Debes hacer un esfuerzo por aprendértela y pronunciarla mirando al auditorio, si lo haces bien, cautivarás al público y esto te dará confianza y seguridad (las mejores armas contra el miedo y los nervios).

- Antes de empezar el acto, habla con personas que formen parte del auditorio, esto te tranquilizará y ganarás caras 'amigas' que podrás mirar para ganar seguridad durante la intervención.

- Visita el lugar del acto con antelación para familiarizarte con él.

- Si utilizas soportes audiovisuales, pruébalos antes.

- Si fallan, no pierdas el control. Éstos nunca deben ser imprescindibles para el éxito de la intervención.

- No tomes ningún medicamento para tranquilizarte, usa medios naturales (haz deporte o ejercicios de relajación, escucha música, comenta en voz alta lo que haces, etc.).

- Lo más importante es prepararse bien el discurso.

Evidentemente, hay otros muchos consejos, pero estos creo que pueden ayudarte. Si sientes que tu primer discurso es un fracaso, piensa siempre que cada intervención es un ensayo de la siguiente. Poco a poco, notarás cómo mejoras y esto reafirmará tu autoestima. Si aprendes a comunicarte con los demás, tenderás puentes a la felicidad. ¡Suerte y lánzate al vacío!

jueves, 22 de abril de 2010

Persiguiendo palomas





La terraza era muy coqueta, estaba rodeada de flores y de árboles. La estampa parecía sacada de un libro de sueños. Todo era ideal. Es la terraza de una de las bodegas más emblemáticas de Málaga. 'El pimpi' tiene eso, cautiva, como tantos otros rincones de Málaga. La historia que os quiero contar arranca aquí.

Es domingo, 11 de abril, y mi hijo no me deja tomarme el café tranquilo. Me coge de la mano y echa a andar. Él no sabe qué se encontrará en el camino, pero supongo que se siente seguro sabiendo que voy a su lado. Avanza y deja atrás el Teatro Romano, llega a los pies de la Alcazaba y, justo enfrente, se levanta como un coloso el Palacio de la Aduana. La tarde promete, el cielo está radiante, el ambiente de ciudad viva y alegre me revitaliza. El pequeño (tiene 29 meses) ve un grupo de palomas picoteando en el suelo trocitos de pan y, sin pensárselo dos veces, intenta sorprenderlas, lo hace una y otra vez... su energía no tiene fin. Se ríe, salta y no para de decir: "¡hola, palomas! ¡hola, palomas! ¡mira, papá, palomas!" Aunque no pueden comer tranquilas, parece que se lo pasan bien. El pequeño corre tras ellas, pero no consigue cogerlas y le pregunto: "¿qué quieres hacer, volar a su lado?". No me contesta, sólo dice, "¡papá, mira!".

Estaba entusiasmado, aquel día descubrió que unos seres muy simpáticos tienen la capacidad de volar. Se trata de algo inexplicable para él, es un sueño que le maravilla. Son seres de un mundo mágico. Mientras tanto, decenas de personas pasaron por allí. La mayoría esbozaba una sonrisa. "¡Qué inocente, jamás cogerá las palomas!". Es posible, pero es su sueño y disfrutó con él. Persiguió lo inalcanzable sin descanso a pesar de las risas (sanas) de su público. Para que no cayase extenuado, lo cogí en brazos y seguimos andando. Poco después, empezó a sonar música africana. En la Alameda había fiesta. Lo dejé en el suelo y seguimos hasta que nos tropezamos con la Casona del Parque (sede del Ayuntamiento de Málaga). Él bailaba pero... al ver aquel inmenso edificio me soltó: "¡Papá, mira, un castillo!".

Para los niños, mucho de lo que nos rodea está lleno de fantasía, su imaginación no tiene límites, no se cansan de soñar y piensan que el mundo puede ser mejor de lo que realmente es. Lo miré y pensé: "Pequeño, sueña, sueña y no temas a lo que digan los demás, persigue cuantas palomas quieras... que en ese castillo imaginario olvidan soñar con demasiada frecuencia... muchos ya no persiguen palomas".

viernes, 16 de abril de 2010

Vendedores de argucias

Fue todo un acontecimiento deportivo. El derbi Madrid-Barca era una magnífica excusa para escaparse de casa unas horas y quedar con mis amigos José Rojo y Mario Raya. Nos citamos en el bar de siempre para ver el partido y, de paso, tomar unas cañas. Quedamos una hora antes del inicio de la batalla para charlar un poco. La conversación, como no podía ser de otra forma, se limitó a defender los colores de nuestros equipos. José enarboló la bandera azulgrana y Mario izó la enseña blanca, yo, en aquella ocasión, me quedé de árbitro. Son auténticos hinchas de sus equipos.

José: "El Madrid lleva mucho tiempo sin ganar nada, estoy convencido de que esta temporada se quedará en blanco".

Mario: "Ya (con sorna)... pero fíjate en Cristiano Ronaldo, es una auténtica estrella, el Madrid es un equipo galáctico".

José: "No sé qué decirte, en el último partido no hizo nada de nada... creo que no es un buen jugador, ya se vio la jornada pasada".

Mario: "Por favor, ¡qué estas diciendo! Aquí, el único que no sirve para nada es ese presidente que tenéis, el Laporta es un prepotente y un chulo nacionalista. El club es un desastre".

José: "No empecemos a criticar a Laporta, hablemos de fútbol, el Barca ha demostrado que es el mejor equipo de todos los tiempos, ¡y punto!".

Yo me reía con esos comentarios, la sangre no llega al río y por eso me gusta verlos así. Finalmente, ganó el mejor. Ya sabemos todos cómo se desarrolló el partido. (para los despistados: Madrid 0-2 Barca). La conversación de José y Mario me regaló este artículo, en el que os hablo del daño que hacen las falacias y las argucias a la política y a los políticos. Que el Madrid lleve tiempo sin ganar nada, no implica que no vaya a llevarse esta liga; que Cristiano Ronaldo sea una estrella, no quiere decir que el Madrid, por ese motivo, sea un equipo galáctico; que el jugador portugués no jugase bien la jornada anterior, no tiene como consecuencia que le fuese mal en el derbi; está por ver que Laporta sea un "prepotente" y un "chulo nacionalista" (¿acaso es malo ser nacionalista?) y, en caso de que lo fuese, ¿eso quiere decir que el club culé es un "desastre"? y, por último, es cierto que el Barca lleva unos años muy bien, pero eso no equivale a que sea el "mejor equipo de todos los tiempos".

La conversación de mis amigos estuvo plagada de argucias y de falacias, es decir, de engaños y de argumentos con apariencia de verdad pero que en realidad son falsos. Estas herramientas de la persuasión, y otras muchas de las que ya iremos hablando, se usan a diario en política. Con demasiada frecuencia se recurre a argucias de este tipo:

- "El partido X es el partido de la corrupción" (y lo dice una formación que también tiene casos de corrupción). Es la falacia de la composición: donde el todo debe tener las cualidades (o defectos) de las partes. Que haya corruptos en un partido no quiere decir que todos los que forman parte de él lo sean.

- "El gobierno X gestiona mal la crisis, por tanto, es un gobierno incapaz de gestionar nada bien" (lo dice un partido con dificultades graves para gestionar sus propios problemas). ¿Que se gestione algo mal (cosa que también es opinable), quiere decir que todo lo demás lo gestione deficientemente? Es otra falacia.

Son sólo dos ejemplos, podría poner decenas. Cojan los periódicos del día y analícenlos, encontrarán muchos más. Lamentablemente, los partidos recurren con excesiva frecuencia (no siempre, afortunadamente) a etiquetar al adversario recurriendo a las argucias. Los ciudadanos nos merecemos otros discursos, mensajes claros que no caigan en el simplismo publicitario de una frase con gancho para que quede enmarcada en un titular. La Comunicación Política Cívica (CPC) nos ofrece otras herramientas para persuadir al ciudadano y derrotar dialécticamente al adversario. Sólo hay que esforzarse un poco por encontrar el camino correcto.

miércoles, 14 de abril de 2010

Comentarios que chirrían


Esta mañana, 'zapeaba' por las emisoras de radio haciendo gala de mi sana infidelidad radiofónica. Me encontré con Pedro Blanco en la Ser y me quedé con él. El eterno y magistral sustituto de Gabilondo (primero) y de Francino (ahora) iba a presentar a la joven secretaria de Organización del PSOE, Leire Pajín. Se trataba de una entrevista rutinaria de actualidad y Blanco, antes de entrar en materia, nos recordó el motivo por el que volvía a las mañanas de Hoy por Hoy. Fue entonces cuando nos enteramos de la feliz noticia del nacimiento del hijo de Francino. A esa hora (pasadas las ocho y media de la mañana) el 'conductor' titular del programa ya cuidaba de su pequeño Iván. Aunque es un programa serio (pero con momentos distendidos y de risas durante la tertulia política), más de un oyente seguro que tenía el corazón tierno y estaba predispuesto a escuchar algo más de la buena noticia, pero... no fue así. Blanco dio los buenos días a Pajín y ésta, tras felicitar muy escuetamente a Francino (fue un poco sosa), puso en marcha de inmediato el ventilador publicitario para recordar lo que ya sabemos desde hace mucho tiempo: que tenemos un cheque-bebé de 2.500 € y un permiso de paternidad.

Aunque este comentario es una anécdota, está detrás de un defecto que padecen políticos de todos los partidos: intentar, constantemente, vendernos la moto sin venir al caso. El recordatorio de Pajín estaba fuera de lugar porque fue demasiado directa, no construyó ningún puente dialéctico para llegar al spot político. Además, el tono que empleó delató su electoralismo. Lo dijo seria (como en una rueda de prensa en Ferraz) y con una clara intención publicitaria.

Esto chirría desde un punto de vista humano y político. No suena bien en lo humano porque parece que lo importante en ese momento de la entrevista era recordar lo bien que lo hace el Gobierno (y no la noticia del nacimiento del hijo de Francino), pero tampoco suena bien en lo político porque no ganaba nada diciéndolo, sino todo lo contrario. Desde el punto de vista de la comunicación política, fue un error aprovechar ese momento para vender gestión (la entrevista fue larga, tenía tiempo de sobra para lanzar los mensajes políticos del día). Si quería obtener 'rentabilidad', lo mejor habría sido adoptar un tono más humano y cercano, es decir, lo lógico y de sentido común.

Pajín está aprendiendo rápido, pero se nota demasiado que quiere ponerse seria cuando habla en público. En sus comparecencias, parece que está recitando el argumentario del partido (no lo hace con naturalidad) y no le queda del todo bien el papel de látigo del Partido Popular. A su antecesor en el cargo y actual ministro de Fomento, José Blanco, lo de ser el 'verdugo' de los populares le venía como anillo al dedo. Pajín encaja mejor en otro registro (ahora mismo, sobreactúa) pero, quizá, con los años, interprete bien el de política dura del PSOE. Ya veremos...

lunes, 12 de abril de 2010

Mario tuvo un mal día

Es un gran tipo, un buen amigo de la infancia que, con el paso de los años, se ha convertido en un abogado de familia magnífico. Hace unos días, Mario Raya me mandó un correo electrónico que, con su permiso, expongo aquí para hablar sobre algo muy importante para los oradores. Me cuenta que la semana pasada lo invitaron a una jornada sobre la Ley del Aborto, un compañero del gremio le pidió a última hora que se preparase algo para acercar a los ciudadanos esta polémica norma. Mario estaba inmerso en una montaña de papeles y de trámites pendientes pero fue incapaz de decirle que no a su compañero. La jornada de Derecho ya empezaba mal.

Mario: “Hola, ¿qué tal Juan Diego? ¿Cómo va la cosa? Te escribo este email para contarte lo que me ocurrió el otro día. Me preparé un discurso a petición de mi colega Alfredo sobre la Ley del Aborto. La idea era informar sobre sus entresijos, pero quise darle un toque personal a la intervención, es decir, ofrecí mi opinión sobre esta ley tan controvertida. La cuestión es que en ningún momento me dijeron qué personas formaban parte del público y yo tampoco lo pregunté. Ya sabes que no soy un experto en la materia y se me pasó preguntarlo. Lo mío son los despachos”.

No soy adivino, pero ya se veía venir lo que le pasó al pobre Mario. Continúa así su relato: “Me documenté sobre el tema, definí mis ideas clave y expliqué de forma contundente por qué estoy en contra de esta ley. Cuando entré en la sala ya me percaté de mi primer error: no pregunté por el público. El auditorio estaba compuesto por unas cien personas, la inmensa mayoría mujeres jóvenes pertenecientes a organizaciones de tendencia progresista (de esto, lógicamente, me enteré demasiado tarde). Mi exposición fue excesivamente crítica con la Ley del Aborto, creo que la expliqué bien pero no me limité a informar, también la desmonté. Como no pude ensayar el discurso, simplemente lo leí y apenas pude mirar al público y comprobar qué decían sus caras. Vamos que… cuando llegué al turno de preguntas, me machacaron. Fue una jornada para olvidar. Mis palabras resultaron incendiarias, una auténtica provocación”.

El email de Mario continúa, pero esto es lo más importante. ¿Qué le pasó a mi buen amigo? Él mismo lo dice. Antes de documentarse y de elegir las ideas centrales de un discurso hay que saber a quién te diriges: edad, sexo, opinión sobre el tema que abordarás, nivel de conocimiento sobre el asunto, lugar de procedencia, etc. El discurso debe adaptarse en algunos aspectos esenciales al tipo de público. En el caso de Mario, el auditorio era mayoritariamente afín a la Ley del Aborto. El discurso fue demasiado duro, sobre todo, si tenemos en cuenta que los organizadores de la jornada sólo buscaban facilitar información al público. ¿Esto quiere decir que no debemos decir lo que pensamos? No, en absoluto, pero hay que tener presente que Mario no participaba en un debate electoral, se trataba sólo de una jornada ‘blanca’. Es correcto que dé su opinión, pero no era necesario abrir un debate tan encarnizado y alejado de la asertividad. En estos casos, lo mejor es dar la opinión hostil en la zona intermedia del discurso; no lo hagas al principio (que es cuando te prestan más atención) ni al final (que es lo que más se recuerda).

Por otra parte, se preparó el discurso sin tiempo (a veces, es mejor declinar la invitación, aunque sea de un amigo) y no pudo interiorizar partes esenciales del texto, por lo que tuvo que leerlo todo. Esto le impidió controlar con su mirada el lenguaje no verbal del auditorio. Si notas que el público rechaza lo que estás diciendo, si te percantas de que lo estás enfureciendo en una jornada de este tipo, mejor cambia de rumbo, suaviza el mensaje hostil.

Es cierto que, en muchas ocasiones, resulta difícil averiguar qué tipo de público tendrás, pero éste no era el caso. Siempre hay que hacer el esfuerzo de conocer al auditorio y de adaptar el discurso a su perfil, lo cual no está reñido con mantener los principios que uno defiende. Mario tuvo un mal día, pero aprendió una gran lección.

martes, 6 de abril de 2010

No pienses en un elefante




¡No pienses en un elefante! ¡No lo hagas! Venga… concéntrate y ocupa tu mente con otra cosa. Recuerda qué has hecho durante el día, organiza tus planes para el fin de semana o repasa los apuntes que estudiaste ayer. Haz todo eso pero, por favor, ¡no pienses en un elefante!

Es difícil no hacerlo, ¿verdad? Es una misión imposible. Tu cerebro, por sí solo, y sin pedirte permiso, ha evocado en tu cabeza un elefante e, incluso, mil imágenes relacionadas de alguna forma con este simpático animal. Circos, payasos, domadores, selvas o compañeros propios de su hábitat natural. No somos por completo dueños de nuestro cerebro ni de las imágenes y asociaciones de ideas que genera por su cuenta.

De esto nos habla el libro ‘No pienses en un elefante’ (Editorial Complutense, 2007). Su autor, el reconocido lingüista norteamericano George Lakoff, es un maestro en el empleo de los marcos y de las metáforas en la comunicación política. La idea central que nos transmite el profesor Lakoff, y que podemos poner en práctica en nuestros discursos (no necesariamente políticos), es que las metáforas no son inocentes, su poder va mucho más allá del lucimiento literario o de la impronta que dejan en la memoria del auditorio. Las metáforas, bien construidas, son un arma de persuasión subliminal. Cuando os pido que no penséis en un elefante, irremediablemente lo hacéis y creáis en vuestra mente otras imágenes que, al mismo tiempo, relacionáis con ideas, conceptos y valores que tenéis interiorizados sin, en muchos casos, ser conscientes de ello.

Esto, aplicado al lenguaje político, ofrece una herramienta muy eficaz para transmitir nuestros marcos: nuestra forma de ver la realidad, nuestras ideas sobre ella y nuestros valores. Pedimos prestado a Lakoff uno de los ejemplos más claros de su libro: en su día, Bush (hijo) definió Irak como “eje del mal”. ¿Por qué empleó está expresión? Principalmente, para personificar al mismísimo diablo. Irak, junto con otros países como Afganistán, forma parte, para Bush, de un equipo (eje) y su naturaleza es maligna, por tanto, está justificado (según sus valores) machacar a todos los iraquíes, puesto que en ellos se ha reencarnado el Mal (es decir, el diablo y todo lo que éste representa). Tanto ‘eje’ como ‘mal’ son metáforas que evocan en nuestra mente imágenes e ideas muy negativas sobre lo que, en opinión de Bush, era (o es) Irak.

En definitiva, las palabras, aunque no construyan metáforas, son muy poderosas. Aquí tenéis algunos ejemplos de mi propia cosecha. Veréis cómo podemos referirnos de formas tan distintas a una misma realidad:

- “Despidos” (sindicatos) vs “flexibilización de la plantilla” (patronal).
- “Crisis” (PP) vs “recesión” (Zapatero, antes de las elecciones y poco después).
- “Matrimonios gays” (PSOE) vs “uniones gays” (PP).
- “Proceso de paz” (Gobierno) vs “falsa tregua de ETA” (PP).
- “Movimiento de liberación vasco” (proETA) vs “banda terrorista” (demócratas).

Aunque Lakoff es el profesor de cabecera de los progresistas de medio mundo, sus libros (éste es otro de ellos: Puntos de reflexión, editorial Península, 2008) son aconsejables también para los conservadores y para cualquier ciudadano que quiera reforzar su sentido crítico. Por cierto, entre el 17 y el 19 de junio, Lakoff participará en Bilbao en un encuentro internacional organizado por la Asociación de Comunicación Política (ACOP). Es una buena escapada para aprender algo más y disfrutar de una gran ciudad.

sábado, 3 de abril de 2010

Semana de Pasión, semana de comunicación




Olvídate por unos minutos de tus prejuicios (todos los tenemos), no pienses en si lo pasaste bien o mal estos días, despeja tu mente y trasládate a la bulliciosa calle, plaza o balcón desde donde viste los desfiles procesionales. Cierra los ojos… ¿notas el olor? Es especial, ¿verdad? Suenan los tambores, las trompetas, la campana del trono… ya es imposible no abrirlos y contemplar el espectáculo. Decenas de personajes pasan por la calle, cada uno con un papel; los colores inundan el vestuario, los rostros de las imágenes nos hablar sin hablar…

Nada es inocente en la Semana de Pasión, que, entre otras muchas cosas, es una semana de comunicación a lo grande. Y es que éstos, no son sólo días de sentimiento religioso, actividad económica, turismo o descanso. La Semana Santa nos expone a un sinfín de mensajes que, en multitud de ocasiones, pasan desapercibidos. No hablamos aquí de la bondad o no de esos mensajes (ni siquiera de cuáles son) sino, simplemente, de su existencia. Son instantáneas que percibimos gracias al lenguaje no verbal. Éste está muy presente en nuestra vida diaria y comunica tanto o más que la palabra o que el lenguaje verbal (ya sea hablado o escrito).

La mirada, el tono de voz, los gestos, la ropa, el perfume, el peinado, la forma de sentarnos… todo, absolutamente todo, comunica. Por eso, cuando hablemos en público, debemos acordarnos de la Semana Santa. Los desfiles procesionales podrán gustar más o menos pero lo cierto es que están bastante preparados. En ellos, el lenguaje no verbal es fundamental. Recordad el rostro de la Virgen, el dolorido cuerpo de Jesús, los colores de las túnicas de los nazarenos, las melodías de las bandas de música… entre todos, forman una orquesta perfectamente coordinada. Cuando prepares una intervención pública, no dejes nada al azar, piensa bien cuál es tu idea principal y afina tu orquesta retórica sin olvidar que tus ojos, tus manos y tu vestuario también hablan. Si no los cuidas, pueden jugarte una mala pasada.