viernes, 26 de agosto de 2011

El discurso de la calle

Hace unos días pasé un buen rato con mi amigo Alberto. Tiene 28 años, es pintor, sufre desde 2009 la tortura del paro y siempre ha votado al PSOE, incluso, ha estado en las listas de este partido en dos elecciones locales ocupando los puestos de relleno. Su familia más cercana es votante del PSOE de toda la vida, pero la pesadilla de la crisis ha cambiado por completo su discurso... está indignado.

Probablemente, Alberto se siente de izquierdas, pero el panorama es tan sombrío, que lo de votar al PSOE se va a acabar el 20N. Culpa de su situación al Gobierno y, especialmente, a Zapatero (no al socialismo o a la socialdemocracia), está "defraudado" por la incapacidad de los suyos y necesita ya una salida. A estas alturas de la película, a Alberto le da igual el partido que tire del carro, lo que quiere es que alguien le muestre el camino del empleo. 

Como él, hay en España millones de personas. Votantes que manejan un discurso muy similar: "La cosa está muy mal, tienen que venir otros a arreglar esto". Ya no estamos ante un debate ideológico, sino de puro pragmatismo. No le digas a la gente que hay una crisis internacional ni que las agencias de calificación son odiosas, no le digas al parado que de todo esto tiene la culpa Aznar porque "liberalizó el suelo y creó la burbuja inmobiliaria", no le digas al votante que el PP recortará tanto lo público que eliminará hasta la sanidad. Ese discurso está agotado. Los ciudadanos (o buena parte de ellos) sienten que la situación es muy grave y quieren soluciones, no análisis sesudos sobre causas, en ellos, sobre todo, hablan las percepciones y sensaciones y no los ensayos políticos. 

La cúpula socialista podrá decir que su relato de la gestación y gestión de la crisis está plagado de poderosas verdades, pero ya es tarde, el discurso del PP se ha convertido en el discurso de la calle (y también creo que a la inversa, el discurso de la calle es el discurso de los populares). La inmensa mayoría de los ciudadanos no sabe exactamente qué son ni la deuda, ni el déficit, ni las agencias de calificación... tampoco sabe con rigor qué ha hecho el Gobierno para salir de la crisis ni si el PP ha presentado alguna propuesta seria. Lo que los españoles sí tienen muy claro es lo que sienten: este Gobierno ha gestionado mal la crisis porque el presidente improvisa; España está paralizada por el paro. Ese es el discurso que hay en la calle (no me refiero, lógicamente, al 15M) y da igual que los socialistas insistan en que el PP nos apretará el cinturón porque, probablemente, la gente ya tenga asumido que eso es lo que hay que hacer como mal menor.


En definitiva, el PP tiene la sartén por el mango también en el relato de lo que ha pasado en España en los últimos años. El discurso de la calle coincide en lo sustancial con el discurso de Rajoy. ¿Hay algo más poderoso que esta coincidencia en una campaña?

sábado, 20 de agosto de 2011

Fortalece tu idea clave

Ya hemos hablado en alguna ocasión de la importancia de ofrecer discursos centrados en una única idea estrella. El objetivo de este consejo es que el auditorio, cuando salga del salón de actos y llegue a su casa, tenga claro qué mensaje querías transmitir. Pero no nos conformamos con esto, además, necesitamos que recuerde la idea central con el paso de los días y de las semanas. Esto no se logra solo, como también hemos comentado en anteriores artículos, con la razón, las emociones son indispensables para levantar el edificio de la intervención. Lo que se siente, permanece más en el tiempo que lo que se sabe o se cree saber. Para bien o para mal, hay que recurrir al discurso emocional en nuestras intervenciones. 

Hoy, os lanzo algunas recomendaciones para que vuestra idea central cale en el público. Estos ítems los encontraréis más desarrollados en el libro 'El poder de la palabra' (Adolfo Lucas, 2008).

- Lanza pocas ideas, que sean concretas (repítelas).

- Emplea ejemplos y anécdotas.

- Transmite la importancia del tema del discurso. El público debe sentir tu energía y entusiasmo.

- Controla al público con la mirada.

- No des nada por sabido.

- Prepara con especial esmero el principio y el final de la intervención. Son los dos momentos en los que el público está más atento y que mejor recuerda.

- No apeles solo a la razón, toca también las emociones, las sensaciones perduran más en el tiempo.

En la nube de tags del blog, en la pestaña de oratoria, hay más consejos destinados a fortalecer vuestra idea central y a garantizar la perdurabilidad de los mensajes. Mi insistencia en este tema no es baladí, y es que, de poco sirve que pronunciemos un discurso si no deja huella en el auditorio.

lunes, 15 de agosto de 2011

En busca de la credibilidad

La influencia es la base del poder y, por tanto, lo que mueve el mundo. Cada acto que se sustenta en el verbo 'influenciar' tiene una motivación distinta, pero no deja de ser una forma de poder. Es lo que tanto desean los gobernantes, los grandes empresarios, los líderes espirituales e, incluso, el vecino de al lado cuando quiere ganar una votación en una reunión de la comunidad. 

Hay muchas maneras de influir y, cada una, se sirve de una herramienta madre. Por ejemplo, podemos influenciar gracias a un chantaje, a un soborno, por pura conveniencia del otro, por nuestros atractivos personales o por nuestra credibilidad. Este último es un valor primordial que deben proteger aquellos que quieran ejercer el poder que se deriva de la palabra, de la oratoria. Si queremos que nuestra credibilidad perviva en el tiempo y no sea solo un destello de brillantez, debemos respetar los siguientes principios:

- Coherencia: cumplir con hechos lo que se dice.

- Honestidad: aumentan su credibilidad las personas que actúan a partir de valores como la verdad o la justicia.

- Consistencia: no cambies de discurso (salvo si es equivocado).

- Persistencia: son más creíbles las personas que mantienen la esencia de su discurso con el paso del tiempo.

- Fiabilidad: los que tienen éxito en sus tareas de manera recurrente, potencian su credibilidad.

- Proximidad y apertura: nos resultan más creíbles las personas a las que sentimos cerca, personas que pensamos que empatizan con nosotros.

Hay otros caminos para llegar a la credibilidad, pero estos son esenciales para conquistar la razón y el corazón de nuestro público. Como he hecho en otras ocasiones, recomiendo la lectura del libro 'Comunicación Sostenible', en él, encontraréis estas y otras claves de la credibilidad. Suerte. 

lunes, 8 de agosto de 2011

Debates de verdad

TVE, Antena 3, Telecinco y, ahora, La Sexta han solicitado a PSOE y PP celebrar debates a dos bandas entre Rajoy y Rubalcaba. La intención de las cadenas de televisión me parece estupenda si no fuese por el producto final que siempre sale de estos encuentros. Si están bien organizados y dejan trabajar a los periodistas (me refiero a los de los medios, no a los de los partidos), todos ganan: las empresas (que ofertan un producto con una audiencia potencial grande), los partidos (que pueden 'vendernos sus mensajes') y los ciudadanos (que tienen la oportunidad de conocer qué piensan hacer con el país los líderes de los dos partidos con más peso).

El problema es que los cara a cara se transforman en el 99% de los casos en formatos aburridos plagados de estrategias de persuasión y de marketing electoral que rompen las bondades de la cadena partidos-medios-ciudadanos. Los dos primeros logran su cometido, pero los últimos se quedan a medias. ¿Por qué pasa esto? Por el formato de los debates, que es determinado, en un porcentaje excesivo, por los propios asesores de campaña de cada formación política (que dejan a un lado la visión de los profesionales de la empresa). Sin la intención de resultar presuntuoso, en una jornada de trabajo normal, podría pasaros el esquema del debate antes de que se celebre, es decir, este tipo de espacios televisivos son tremendamente predecibles, ya sabemos qué dirá cada uno. Los espectadores apagarán la tele sin tener nada claro qué planes tienen para salir de la crisis, se acostarán con las frases hechas y con los eslóganes prefabricados en los laboratorios de los partidos.
 
Lo deseable sería que los medios pensasen en los ciudadanos y marcasen ellos las normas de los debates. En favor de una objetividad mal entendida, los presentadores son tratados como auténticos floreros que no sirven absolutamente para nada. En mi opinión, su papel debe ser más activo en los debates para que no queden cabos sueltos. Pensar que los contrincantes se autorregularán, pensar que entre ellos se buscarán todas las cosquillas, pensar que Rajoy y Rubalcaba explicarán por sí solos las respuestas que los ciudadanos demandan es un error. Por pura estrategia electoral y argumentativa, hay temas que no saldrán o que no se abordarán como los ciudadanos necesitamos. 

La sociedad española exige debates de verdad con un presentador que impida que los políticos se vayan por las ramas, que no respondan a las preguntas o que basen sus discursos en falacias o mensajes vacíos. Si el presentador no pinta nada, si solo está para dar la bienvenida y despedir, mal debate vamos a ver. Evidentemente, los cambios no solo deben afectar al moderador, también al formato en sí mismo (en el actual, las intervenciones de los contrincantes quedan muy encorsetadas y repelen el contraste de ideas). Es realmente asombroso todo lo que esconde un debate, las negociaciones entre los partidos que lo hacen posible tienen en cuenta hasta el más mínimo detalle, pero esos detalles dejan al margen, en muchos momentos, el interés general. 

Queremos debates de verdad, la telegenia, el marketing electoral y las técnicas de persuasión están muy bien (no en vano, son tres ramas que me apasionan profesionalmente), pero el moderador debe adoptar un papel más activo y el formato ha de transformarse. Con esto no quiero decir que el periodista tome parte por uno o por otro, sino que ha de cumplir con su labor fiscalizadora, que pregunte aquello que todos los ciudadanos nos preguntaremos en casa cuando se celebren los debates: ¿cómo ven España? ¿qué quieren hacer con ella? ¿cómo? ¿cuándo? y ¿por qué? No queremos eslóganes, queremos soluciones.

jueves, 4 de agosto de 2011

Días de vacaciones y deriva

Un mundo sin rumbo (Ignacio Ramonet), Pensamiento crítico vs. pensamiento único (Le Monde Diplomatique), La nueva Edad Media (Alain Minc), Los siete mensajeros y otros relatos (Dino Buzzati), Historia del Tiempo (Stephen Hawking) y Filosofía, una guía para principiantes (Jenny Teichmann). Seis libros, seis llaves que me dejaron huella. Unos triunfaron en mi corazón y otros abrieron nuevos caminos en mi razón. Leídos entre los 18 y los 22 años, hoy me los encuentro por casualidad después de tanto tiempo. 

Son días de descanso, días para borrar el trabajo de la mente, días para pensar en lo que esconden algunos baúles. A veces, me lo pienso dos veces, incluso, tres, antes de abrirlos; uno no sabe con lo que se puede topar. Le he echado valor y he abierto uno literario, en él, está mi 'yo' de hace 15 años. Hojas amarillentas en algunos casos y siempre subrayadas y con anotaciones a lápiz en los márgenes. La calidad literaria de estos libros puede ser discutible, pero las lecturas de cada uno son muy personales y el fruto que sacamos de ellas depende siempre de quien lee. Son títulos que guardo con cariño porque todos me enseñaron algo de la realidad y de mí mismo. Te hacen pensar, independientemente de que estés a favor o en contra de lo que defienden.

Al ojearlos, me han recordado quién soy (no lo había olvidado, pero estos reencuentros son muy clarificantes) y me han mostrado que andamos sin rumbo, sin guía. Acabo de repasar las portadas digitales de los diarios y no hace falta ser un lince para comprobar que el ser humano podría dar mucho más de sí. No son tiempos para caer en la depresión existencialista, pero sí hay que abrir los ojos y ser conscientes de que en este mundo algunas cosas importantes no funcionan bien, van a la deriva. 

Mis amigos Mario Raya y José Rojo me recriminan que escriba sobre este tema en un blog de comunicación. Puede que tengan razón, y quizá deba expulsar a estas queridas líneas de tan coqueta ventana digital, pero es lo que pasa cuando tienes un reencuentro contigo mismo mientras escuchas al nostálgico y brillante Antonio Vega.

Disculpad la intromisión.

Muchas gracias.