lunes, 5 de marzo de 2012

Si no lo veo, no lo creo

Vladimir Putin, tras 'ganar' las elecciones.

Nada más ver su percha y su manera de andar, uno se imagina que es un chulo de barrio, pero, en realidad, se trata de, nada más y nada menos, que del todopoderoso Vladimir Putin. Un bloque de hielo indestructible, un héroe épico, un ser de la mitología, un espía insuperable, el más valiente entre los valientes, es... el gran Putin. 

Sinceramente, visto lo visto, nuncá pensé que lo vería emocionarse, pero me equivoqué. Tras su más que dudosa victoria en las elecciones presidenciales, Putin dio un discurso televisado ante miles de personas con dos lágrimas en las mejillas. Sospecho que no son fruto de la improvisación, son lágrimas de cercanía, que humanizan y ablandan corazones para convencer de la limpieza de una campaña y de un recuento de votos que la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa pone en entredicho.

Admito que Putin no es santo de mi devoción, es más un militar que no se atiene a regla alguna (salvo a las que él mismo impone) que un político con vocación de demócrata practicante. Ahora bien, sí que es un espécimen digno de estudio para politólogos, expertos en oratoria y consultores. Su disección daría para mucho.


 

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